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miércoles, 4 de mayo de 2016

Muere Ángel de Andrés López

Muere Ángel de Andrés López

La bondad de los gorditos

 

Es raro, así me lo dicta la experiencia, que la relación entre colegas supere la barrera del trabajo juntos. Mientras te aplicas en una serie o una película, la amistad con tu compañero parece que será eterna. Hasta que llega el último día de rodaje y con él se va el recuerdo de todo el tiempo compartido. Con Ángel fue diferente. Fuimos colegas a lo largo de cuatro años con las mínimas pausas de 15 días en Navidad y un mes en verano. De nuestro esfuerzo uno al lado del otro salieron 130 capítulos de bromas improvisadas sin respirar prácticamente día tras día. Nos conocíamos tanto y tan bien que la mayor parte, casi la mitad, del guión de Manos a la obra surgía en el instante justo del encuentro. Casi todo improvisado. Y, sin embargo y pese a tanto tiempo él como Manolo y yo en la piel de Benito, lo mejor vendría después. Hemos sido amigos a pesar de todo; hemos compartido paseos, bromas, dudas, alegrías, comidas y más comidas... Quizá el hecho de vivir tan cerca el uno del otro, los dos en la sierra de Madrid; tal vez la simple inercia de todo lo vivido; quizá la bondad de los gorditos. Sencillamente, era imposible no amar la bondad de un hombre que, por encima de todo, amaba la vida.

Recuerdo la primera vez que nos vimos en el plató. Él era ya un actor reconocido. Buena parte del mejor cine español reciente, desde ¿Qué he hecho yo para merecer esto? a Huevos de oro, pasaba por él. Yo, apenas empezaba. No oculto que, de entrada, me intimidaba. Y así hasta que en el primer apretón de manos se descubrió como el hombre generoso que era. Y así durante cuatro años de forma ininterrumpida. Y así durante todo lo que duró nuestra amistad. Hasta ayer mismo.
Me viene a la memoria el día en el que la serie tocó a su fin. Tengo que reconocer que en buena parte fue culpa mía. Vi claro que llegado a un punto en que todo está pagado y los niños en el colegio correcto, era el momento de intentar nuevos caminos. Tenía claro que quería rodar Un franco 14 pesetas. A él me consta no le sentó bien. Él sabía que una serie así, con el público tan entregado (eran cuatro millones y medio cada jueves frente al televisor), debía continuar. Como actor vocacional y persona buena se sentía en deuda con el cariño demostrado por la audiencia. Y hasta se enfadó conmigo. Pero, claro, no podía durar. Él era, por encima de todo, bueno. Recuerdo que justo después de ver la película en la que literalmente me había dejado la piel, me abrazó y me dijo: "¡Qué jodío! Ahora lo entiendo todo". Me quedo con ese abrazo. Me quedó con su amistad. Me quedó con la bondad de un hombre por encima de todo bueno.
 http://www.elmundo.es/cultura/2016/05/04/572a4cd7e2704e5d398b4598.html

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