Jean-Marie Le Pen: "Sin mi apellido, Marine sería una completa desconocida"
Jean-Marie Le Pen sólo ve por la derecha. Podría ser una metáfora, pero lo cierto es que el fundador del Frente Nacional, el patriarca del clan que aterroriza a Europa, perdió su ojo izquierdo en los años 70 a raíz de una catarata traumática y desde entonces, con un ojo de cristal como sustituto, sólo percibe la realidad por el lado diestro. De ahí que cuando el viejo, a punto de cumplir 89 años, entra en su despacho sólo salude a su más fiel asistente, Lorrain Saint Affrique, a Léo-Paul Ridet, nuestro fotógrafo, y a su asistente, Raphäel. De pronto Jean-Marie Le Pen gira a la izquierda para sentarse y se sorprende: «¡Ah, no sabía que estaba usted ahí! ¡Ya sabrá que no veo por el ojo izquierdo!». Sólo entonces nos aprieta la mano.Expulsado de su partido, despojado públicamente de su mayor obra y despreciado por sus propias hijas, el fundador del partido ultraderechista más importante de Europa vive el éxito de su hija entre el orgullo y la impotencia de saberse inútil. Su despacho, un salón enmoquetado, con aires napoleónicos y decorado a la moda de los años 70, es como un almacén de recuerdos vintage: un teléfono retro color rojo, huevos de pascua de porcelana, un calendario de Putin, libros de sí mismo y estatuillas de Juana de Arco por doquier. Todo es pasado en la vida de Jean Marie.Aunque los periodistas le perseguimos por el presente de su familia. Él preferiría hablar de su visión apocalíptica del futuro de la civilización occidental, porque cada uno se entusiasma con sus cosas, pero se ve obligado a hablar de su hija Marine, que ha tachado el apellido de sus carteles electorales y que hoy puede convertirse en presidenta de Francia. Y es evidente que eso le pone de un humor terrible. «Todo el mundo sabe que Marine sólo puede ser Marine... Le Pen». Y fin.
- ¿Cree usted que está renunciando a las raíces del partido que fundó?
- Ella quiere estar en misa y repicando.
- En el fondo, ¿le duele esta renuncia?
- No, no me molesta. Soy indiferente a este tipo de comportamientos. Todos los franceses saben que Marine Le Pen es la candidata del Frente Nacional y si llevara otro apellido sería una completa desconocida. Más incluso que Emmanuel Macron.
- ¿Marine Le Pen y Jean Marie Le Pen son lo mismo?
- ¡No! Marine es una persona diferente...
- ¿Pero no luchan ustedes por lo mismo?
- Sí, claro que sí, tenemos una línea común, simplemente en la manera de hacer campaña cada uno lo hace con su temperamento, el mío sería quizás más guaf. [Lo dice ladrando como un perro, lo que hace la escena ligeramente cómica viniendo de un hombre a menudo comparado con un bulldog].
- ¿Qué quiere decir con eso?
- Yo soy un hombre. Ella es una mujer.
«Ahora ha abandonado la presidencia para darse una imagen más despegada del FN», explica Jean Marie, con cierto desdén, horas después de que su hija anunciara la decisión.
- ¿Cree que lo ha hecho para atraer al electorado izquierdista de Mélenchon?
- ¡Una candidata presidencial espera electores de toda Francia!
- Bueno, pero hay diferencias entre el electorado de unos y otros.
- No sé, no vienen con una pancarta en la cabeza diciendo si son electores de Fillon o Mélenchon. La candidata se dirige al conjunto de electores sin discriminarles por sus orígenes.
- Mélenchon no ha pedido el voto contra su hija.
- Es una elegancia y una habilidad. Una habilidad quizás elegante. Es muy difícil que él, candidato de los comunistas, pida el apoyo a un banquero.
- ¿No es un cambio del 'sistema' frente a Marine?
- Es posible, sí, que el sistema sea menos hostil hacia Marine de lo que lo era conmigo.
- ¿Cree que Marine podría pasar la barrera republicana?
- No es imposible.
- ¿Cómo la imagina como presidenta?
- No le faltarán autoridad ni carácter.
Montretout es poco menos que un castillo en las alturas de la burguesa localidad de Saint-Cloud, a las afueras de París, que el Menhir -otro de sus muchos motes-, heredó en 1976 del millonario legatario de la empresa Cementos Lambert, Hubert Lambert, en mitad de un escándalo familiar. El joven Lambert, de 42 años, era un hombre enfermizo que entró en el partido en sus primeros años de creación. En su último año con vida, manteniéndose en pie prácticamente a base de medicamentos, cambió el beneficiario de su herencia, y dejó a Le Pen la propiedad de Montretout, cuyo primer propietario fue nada menos que Napoleón III, y 30 millones de francos. La familia denunció que el político se aprovechó de él para cambiar el testamento. En vano.
Las tres hijas Le Pen, Marie Caroline, Yann y Marine, que acababan de ver su casa del 15ème arrondissement de París derruida por un atentado de bomba, dejaron el centro de la capital para mudarse un castillo viejo que «apestaba a muerte». Las sábanas del dormitorio del matrimonio estaban aún manchadas de sangre de Lambert cuando la familia se mudó. Las cambiaron, ventilaron la habitación y esa noche todos durmieron en Montretout.
La vida de Jean-Marie giraba en torno al partido, al tiempo que el partido giraba en torno a él. Pierette, primer esposa de Le Pen y madre de las niñas, no aguantó mucho. Abandonó a la familia en 1984. En la maison del ojo por ojo, Jean-Marie se negó a pasarle una manutención y la invitó a ganarse la vida limpiando casas. Pierette respondió con un posado erótico en la portada de Playboy, donde aparecía disfrazada de limpiadora... porno. Además, se llevó el ojo de cristal de recambio de su marido, con la mala suerte de olvidar en Montretout la urna con las cenizas de su propia madre. Los abogados de la ya ex pareja se citaron a medianoche en un bosque para realizar el intercambio. Lo curioso es que tras una ausencia de 15 años, Pierette volvió a Montretout y Jean-Marie, ya con su actual pareja Jany, le cedió la vivienda trasera, en la que vive desde entonces.
A las niñas las criaban las niñeras. Marie-Caroline, la hija mayor, se fue de casa a finales de los años 90 tras apoyar junto a su marido, también militante, al contrincante interno de su padre. La cosa acabó en escisión política y familiar. Desde entonces no se hablan.
Yann, la hija mediana y madre de Marion Maréchal-Le Pen (dirigente del FN en Marsella, diputada y la mayor amenaza de Marine para el liderazgo interno), volvió a ocupar la segunda planta de Montretout tras separarse del padre adoptivo de Marion (hija bastarda de una furtiva relación de juventud). Marine fue la que más pegada se mantuvo a su padre, también la más parecida en carácter. Forjado con escenas como la que narraba recientemente The Guardian: la visita a la morgue, con 20 años, para contemplar el cadáver de un militante fallecido en un accidente de tráfico. «No quiero que el primer muerto que veas sea yo», le soltó entonces su padre. Vivió en otra de las propiedades dentro de los límites de Montretout hasta los 46 años, en 2014, cuando Sargento y Mayor, los perros de su padre, mataron a su gato preferido. La vida de los Le Pen siempre ha sido extrema. Y poco derecha.
Éste es el panorama -o el culebrón- en Montretout, desde donde Le Pen ha gobernado el FN durante los últimos 40 años como lo hubiera hecho el Rey Sol: haciendo que la corte del partido se trasladase a su despacho cuando se trataban asuntos oficiales. Un esquema que no ha cambiado mucho pues la propia Marine sigue primando las reuniones bilaterales ante las relaciones jerarquizadas. La derecha ultra muta, pero no pierde su ingrediente más básico: obediencia al líder.
En Francia muchos se preguntan si esta noche, al conocer los resultados, Marine marcará el número de su padre. «A mí me duele tanto verles así», cuenta Jany, la actual esposa de Le Pen. A sus 84 años y tras 30 de relación, Jany sigue hablando de amor y de «Jean-Marie» como si fuera una adolescente. Días antes, en la noche de la primera vuelta, y vestida con una vibrante chaqueta roja, la compañera del Menhir se arrinconaba en la entrada del castillo susurrando a la prensa el drama familiar, como Marilyn Monroe cantaría cumpleaños feliz al presidente Kennedy. «Es un hombre tan bueno que lo ha dado todo por sus hijas. Yo espero que con el triunfo Marine comprenda que es ella la que tiene que volver a unir a la familia». Una división que, según revela, ha creado un gran dolor, aunque el gélido patriarca se niegue a dar un paso adelante.
Ella sí ve una continuidad lepenista: «No porque el jefe haya cambiado, las ideas han cambiado ni nosotros hemos cambiado de ideas. Si Marine gana, será la culminación de 40 años de la vida política de su padre». Y luego regresa con sus amigas, todas octogenarias, altamente inyectadas de bótox y amantes de Louis Vuitton. En el hall de la casa, comparten hueco con los más íntimos amigos de Jean-Marie, viejas glorias del partido y de Nueva Orden, la precuela del FN, expulsados junto al fundador por los neofrontistas. Con la copa de champán en la mano, les resulta difícil aplaudir cuando los informativos anuncian, a las 20 horas, la clasificación de Marine a la segunda ronda. La mayoría lamenta que ésta haya «minimizado» ciertas ideas en aras de una mayor base electoral.
Jean-Marie Le Pen, de hecho, casi se siente más identificado con el estilo de Donald Trump que con el de su propia hija: «Yo fui el primero en Francia en prever la victoria de Trump, dije que si fuera americano votaría a Trump pero que dios le proteja. Es una buena noticia que el señor Trump no muestre frente a Rusia la hostilidad tradicional de los dirigentes de la OTAN. Sigo creyendo que es el camino, es necesario que el mundo occidental refuerce el vínculo y se prepare para los asaltos que va a sufrir».
- ¿Cree que Marine tendría que haber seguido el estilo de Trump?
- Lo que yo tenga que decir no tiene mucha importancia. Yo no hubiera hecho la misma campaña, tendría las mismas ideas pero habría sido probablemente más duro contra el establishment.
Buena parte de los altos dirigentes del partido y consejeros más cercanos de Marine son antiguos amigos de la universidad o militantes tradicionales del partido. El propio Saint Affrique, su más cercano asistente, tuvo una fugaz relación de juventud con ella. Sus dos ex maridos fueron militantes, como lo es Louis Aliot, actual pareja y uno de los vicepresidentes del partido. Con los Le Pen, todo queda siempre en casa y en la familia.
Los que siguen en la actual cúpula del partido con Marine vivieron de cerca los excesos antisemitas, homófobos y xenófobos que ahora mantienen al Menhir en segunda fila. Ninguno de ellos, públicamente, se reconoce como un partido de ultraderecha. La pregunta les ofende. Ninguno de ellos dirá que el partido es, en esencia, lo mismo de siempre. Jean-Marie, sí. A él lo que le ofende es la duda.
De hecho, el patrón intenta que las cosas cambien lo menos posible en torno a él. La ceremonia para pedir audiencia con él sigue siendo la misma que hace 30 años. Una secretaria abre las puertas de Montretout y te invita a pasar al salón en la planta baja. Dos sofás viejos y una enorme mesa baja azul adornada con barrocos detalles dorados ocupa el centro de la sala, decorada principalmente con una televisión, un busto de Juana de Arco y un cuadro del patriarca con uniforme militar. Desde el salón se puede acceder al jardín, que tiene una impresionante vista sobre todo París. Salvo por la espectacularidad del palacete, hay que reconocer que la casa necesita una buena obra. Unos 10 o 15 minutos después, Lorrain Saint Affrique nos invita a subir las escaleras de madera maciza hasta el despacho del propietario.
- ¿Cómo ve a un ex banquero de Rothschild como presidente?
- Se reconoce a un árbol por sus frutos.
Le preguntamos por la asimilación de Melenchon con Podemos, y por su juicio sobre esta nueva izquierda, en la que muchos ven semejanzas con el populismo del Frente Nacional. Para Le Pen padre «son todos marxistas» y no irá mucho más allá en la explicación. A su juicio, lo grave para España es «que ha pasado por debajo de 1,3 de hijos por mujer y, demográficamente, parece condenada a desaparecer. No habrá más españoles... Pero habrá otra gente. España e Italia son los dos países con peor tasa de reproducción de su población, es una cuestión fundamental. Es más que preocupante, es desastroso. Ustedes ya han sido víctimas de la invasión ¿no es así? Pues pueden volver a serlo, porque sus vecinos del Magreb conocen tasas explosivas de natalidad y la naturaleza tiene horror del vacío».
Para Le Pen, la solución sería, cómo no, un Frente Nacional en España: «Desafortunadamente no hay un FN en España, no sé por qué, habrá que preguntarle a los españoles. No hay un partido nacionalista, hay partido nacionalista catalán, vasco... pero no español y es una inquietud que debemos tener, porque hay que preguntarse de dónde va a venir la reacción salvadora. Seguramente no del señor Rajoy».
Luego explica que nuestro continente vive en plena «decadencia». Y vuelve a callarse abruptamente, con su cuello vuelto burdeos, su chaqueta desfasada y su pañuelo asomando por la solapa, esperando, sin decirlo, que su hija le llame.
http://www.elmundo.es/papel/historias/2017/05/07/590b0baee5fdea8d4b8b4647.html
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